Sinfonía en el barrio.
En un barrio normal, de una ciudad normal, a veces suceden cosas increíbles. Sí, en aquella hilera de casas destacaban tres familias. En el número uno de la calle convivía la familia Suriv, compuesta por el padre de familia, la madre, y los tres hijos más ruidosos del planeta. El número dos estaba habitado por la familia Estilzli, formada, nada menos, por ocho integrantes, a saber, padres, tíos, abuelos, hijo y primo. Finalmente, en el número tres vivía un simple matrimonio sin hijos, el matrimonio Joga. El resto de casas eran poco más que espectadores.
La familía Estilzli era también conocida con el sobrenombre de:"Familia perfecta". Nadie podía creer que en aquella casa, tan abultada de personas, no se oyera ni el más mínimo bullicio. Todos sus componentes eran modélicos, saludaban amablemente por la calle, y siempre estaban dispuestos a ayudar con una prontitud envidiable. Quizá fuera por eso que los demás vecinos la consideraban algo irreal y misteriosa, máxime, cuando una vez al mes salían todos los Estilzli, ordenadamente, hacia su casa en el campo. Los vecinos sospechaban que en esa casa de campo desahogarían y darían rienda suelta a sus más bajos instintos, para, dos días más tarde, volver en perfecta armonía.
Por otra parte, andaba el matrimonio Joga, uno de los más acaudalados del barrio. El marido era jugador de fútbol profesional en un importante equipo de primera división, y por tanto la mujer no necesitaba trabajar. A pesar de todo, no tenían ningún tipo de criado, y la mujer se dedicaba a realizar las tareas de casa. El vecindario les observaba con sana envidia, aunque no comprendían la ausencia de hijos en aquella casa. Él tiene problemas de impotencia, a ella no le gustan los críos -decían. Un fin de semana, el marido tuvo un mal partido y fue el artífice de un gol en propia meta, días después, en el correo, hallaron los Joga amenazas de muerte contra el marido para que abandonara su equipo y el fútbol en general, para siempre. El matrimonio lo tomó como un suceso aislado, perpetrado por un demente, así que no informó a la policía.
En el numero uno, se encontraba la familia Suriv, la más odiada a causa de los tres mequetrefes que por allí rondaban. Estos tres pequeños diablos pasaban los días incordiando a la gente, tramando las peores travesuras contra los vecinos, excepto contra las casas dos y tres, es decir, los Joga y los Estilzli. Por alguna extraña razón, los tres pequeños no atentaban contra estos últimos. Los otros vecinos habían acudido en múltiples ocasiones a su casa, para recriminar a sus padres la actitud de sus hijos, pero en tal enternecedora edad, estos, eran indomables. Así pues, seguían las travesuras por la tarde, y los chillidos por las noches.
Un mes después, comenzó el caos. El marido del matrimonio Joga volvió a recibir con preocupante periodicidad nuevas amenazas en forma de carta, dada la nueva situación, decidió finalmente informar a la polícia sobre este grave problema. Los pequeños de la casa de los Suriv empezaron a intensificar sus fechorías, hasta tal punto, que dejó de tener gracia, y los vecinos, hartos ya de tanta maldad, para nada infantil, interpusieron una denuncia. En la casa de los Estilzli, un buen día, comenzaron a escucharse discusiones y voces a gran escala, toda la familia perfecta parecía haber enloquecido, y en los días posteriores, fueron estos gritos y unos golpes de tamaño desorbitado, lo que llevo a los vecinos a avisar a la policía. El barrio estaba encolerizado por esas tres casas.
Y llegó la policía, con mucho trabajo por hacer. Al bajar de los coches y furgonas, acudieron en primer lugar a la casa de los Estilzli, pues allí se escuchaban permanentemente todo tipo de gritos, amenazas y golpes que inundaban el barrio entero. La policía llamó a su puerta, y en ese mismo instante, cesaron los ruidos. El padre de familia abrió la puerta, aparentemente tranquilo. Unos cuantos agentes se acreditaron ante él.
-Oh sí, pasen, pasen - dijo el padre.
-En primer lugar, le parece normal el ruido que... - y diciendo esto, el agente no pudo continuar.
Los agentes se encontraron ante sí a toda la familia comiendo tranquilamente alrededor de una mesa; en las paredes y las ventanas, apostadas contra ellas, se hallaban multitud de altavoces.
-¿Alguien me puede explicar qué está pasando aquí? -voceó soprendido el policía.
-Con mucho gusto señor agente. Se trata de una terapia experimental que nos hemos autoimpuesto - dijo el cabeza de familia.
A continuación les enseñó cómo, poniendo en marcha un reproductor de audio, empezaban a sonar, a un volumen atroz, gritos y golpes grabados en una cinta por la familia entera. Pasada una hora, salían por la puerta, ordenada y apaciblemente, los Estilzli al completo en dirección a las furgonas de la policía.
Algo tocados por lo que acababan de presenciar, se dirigieron los agentes, junto a dos inspectores que llegaron en aquel momento, a la casa del matrimonio Joga. Uno de los inspectores tocó el timbre.
-Hola buenas, ¿el señor Joga? - preguntó el inspector.
-Así es - dijo el señor Joga.
-Vengo a informarle que hemos dado con el autor de las cartas que recibía, y me temo que no son buenas noticias. - dijo el inspector.
A través de ciertas pesquisas, explicó el inspector, habían llegado a la conclusión de que era su mujer la que enviaba dichas cartas. La mujer se derrumbó ante su marido y confirmó tales acusaciones. Ella, harta de la profesión de su marido, con sus miles de viajes y el poco tiempo que esto les dejaba para ellos, había organizado toda esta trama, quería una vida normal, tranquila, con hijos.
La policía guió a la mujer del matrimonio Joga, esposada, hacia un coche. Finalmente, ya cansados de tanta locura, se encaminaron los agentes a la casa de los Suriv. Entraron y comunicaron a los padres de los tres pequeños la demanda que había hecho el barrio contra ellos, y el juicio al que podrían acudir si no cesaba la actitud de los niños. En el transcurso de esta conversación, los tres pequeños hicieron muestra de su maldad, insultando por lo bajini a los policias.
Tras estas largas horas, se recogió todo el circo policial. Después del follón, sólo quedaba una incógnita por despejar para los vecinos, ¿por qué los tres pequeños diablos nunca atentaron contra los Estilzli o los Joga? -se preguntaban.
En minutos posteriores, el barrio quedó en silencio.
2 comentarios:
ante todo comentarle mi alegría de que haya dado de nuevo vida a su blog.
y a la pregunta...resopnderé a lo largo de la mañana, pues he de realizar algunas llamadas y pesquisas para concretar mis teorías.
La verdad es que me ha gustado el pequeño relato. No hay familias perfectas (si no que se lo digan a nuestros padres). En cuanto a la pregunta espero que kafeinon resuelva todas mis dudas !estoy en sus manos!!
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