martes, marzo 21, 2006

UN PRODUCTO TELEVISIVO

Vívolo era un hombre extraño. Desde pequeño fue un gran imitador. Creció, como todos nosotros, en un mundo dominado por la televisión.

Todo lo que veía en la pantalla era digno de su admiración, y por ello intentaba copiar todo lo que sus héroes del celuloide hacían. Sus padres cedieron su educación a la televisión y él andaba encantado.

Su obsesión era recrear a la perfección hasta el más mínimo detalle de lo que veía, claro que un suceso le hizo ser consciente de sus propias limitaciones. Una tarde se encontraba Vívolo viendo su serie favorita,

Lois y Clark, las nuevas aventuras de Superman. Pero, a pesar de ser su serie favorita no estaba muy de acuerdo con el actor que encarnaba a Superman. Ese Dean Cain jamás podría superar a la perfecta encarnación de Superman, Christopher Reeve. Sin embargo, Teri Hatcher, la actriz que hacía de Lois Lane en la serie, le parecía mucho mejor y por supuesto más atractiva que su homónima en el cine, Margot Kidder.

En el capítulo de aquella tarde estaba Clark Kent en el Daily Planet cuando, a través de su super-oído, escuchó disparos. Clark puso esta vez la tan llevada excusa del cuarto de baño, y saltó por la ventana convertido ya en Superman. Para Vívolo fue un capítulo inolvidable, y es que ver a su héroe volar le producía una enorme emoción. Esa misma tarde Vívolo se propuso volar. Abrió la ventana y se fue hasta la puerta de su habitación para coger carrerilla. Y en ese momento entró su madre y le preguntó qué pretendía hacer, él se lo contó y al día siguiente vino un hombre a poner rejas en todas las ventanas de la casa.

Treinta años después. Vívolo trabajaba de administrativo en una compañía de seguros. En todo el tiempo que llevaba trabajando, el único capricho que se había dado con su sueldo era un móvil de ultima generación para poder ver la televisión en el trabajo a escondidas. Por tanto tenía ahorrada una suma de dinero considerable. Nunca supo en qué emplearlo.

Un Miércoles llegaron los antihéroes a la televisión. Aquel día salía una noticia sobre un francotirador que estaba sembrando el pánico en los EEUU. Vívolo tuvo una idea, por fin le daría utilidad a su dinero. Quiso comprar un rifle de francotirador, pero claro, una cosa así no es fácil de conseguir. Afortunadamente Vívolo conocía a un tipo, un tal Pezz, uno de sus pocos conocidos. Pezz era un vidilla, un cambalache, el eterno personaje que puede conseguir lo que quieras a cambio de una cierta cantidad de dinero. Vivolo le había conocido en la operación del móvil de última generación, además, Pezz le recordaba a un personaje de otra de sus adoradas series, canción triste de Hill Street, lo que era un punto a su favor.

Pezz después de asustarse por la petición que le había hecho Vívolo, accedió a cambio de unos cuantos billetes de color, muchos billetes. Al cabo de unas semanas Vívolo tenía en sus manos el rifle. Después de unos cuantos entrenamientos en el monte, Vívolo estaba listo para llevar a cabo su propósito, su ocupación de fin de semana. Consistiría en subir a la azotea de su edificio y vigilar su peligroso barrio desde las alturas, como hacía Superman. Con el fin de darse un aire heroico, Vivolo aprovecharía una de sus camisetas de Superman para darle un nuevo sentido a la mítica S. Se haría llamar a sí mismo Sniper.

Un jueves llegó la noticia a la televisión. Otro francotirador estaba actuando, pero éste, al parecer, liquidaba delincuentes. Este francotirador se hacía llamar Sniper según algunas fuentes. Vívolo estaba pletórico viendo como hablaban de él en la televisión, pero a partir de ahora debería andar con cuidado pues un helicóptero vigilaba los alrededores. Vívolo no podía creerlo, le estaban buscando por hacer, a su modo ver, lo correcto.

Un domingo viendo la televisión no pudo aguantar más. Subió a la azotea caracterizado como siempre, gafas, rifle en mano, camiseta blanca y debajo su camiseta con la S. Preparó todo y en ese momento apareció el helicóptero de la policía. Se oyó el “quieto, no se mueva” y Vívolo se asustó. Así que cogió carrerilla y desabrochándose la camisa saltó desde la azotea para volar.

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