CRONICA DE UNA MUERTE POR ANUNCIAR
Anuncios. Es de suponer que en múltiples ocasiones lo absurdo da risa. ¿También nos reímos cuando hay una muerte de por medio?. Cómo confesar un crimen cuando no hay indicios de culpabilidad, y sobre todo, cuando la explicación a él raya en lo ridículo. Cada persona tiene sus normas inalterables, sus bases y razonamientos asentados, su ciencia exacta. Una línea de posibilidad que no puede ser destruida. Sin embargo, si alguien osa romper esa línea de un modo certero, la gente, lejos de rasgar su cordura, acude a la negación. La negación conlleva un rechazo a la veracidad, en este caso un rechazo a lo que se cree imposible, por ello empezamos a sacudirnos rápidamente las afirmaciones que estimamos dementes. El siguiente paso en esta cadena es colgar la etiqueta al que disparó tal afirmación. La etiqueta de chalado.
Mi nombre es Fou Alier y soy uno de esos desequilibrados. Hace tiempo estuve internado en un psiquiátrico por intentar reconocer un asesinato. Sí, intente asumir mi culpabilidad y no me creyeron. Así que, hora de reír señores cuerdos pues les voy a contar cómo sucedió todo.
Jueves Noche. Por aquella época tenía yo 56 años, y a esas edades, un soltero como yo, no tiene mejores planes que pasar la noche viendo una película en casa. Era propio también de un doncel de mi calaña no tener amigas y por el contrario, que me quedara algún amigo suelto. Así pues, mi amigo Tie Mort y yo nos preparábamos para visionar lo que echaran esa noche. Empezó la película y al rato llegaron los anuncios. Me di la vuelta para preguntar a Tie si quería algo de comer. Estaba dormido. Los anuncios duraban demasiado. Entonces me propuse gastarle una pequeña broma a mi compadre. Me aseguré de estar bien cerca de él, pero sin tocarle, y le desperté de súbito, con un gran susto. Tie murió de un infarto. Llamé a la ambulancia, a la policía, intenté confesar mi crimen, pero ellos no me creyeron. Los médicos no encontraron pruebas reales que me incriminaran. Pasé mucho tiempo intentando que me encerraran, y al final, me encerraron, en un manicomio. Tuve muchos días, años para pensar. Enrabietado, descabalado, pensando sobre esos incrédulos, todos ellos.
Hora de vengarse. Salí de aquel psiquiátrico con una buena idea, el crimen perfecto. Había creado sin darme cuenta el crimen perfecto. Conocer a una persona, encontrar sus peores miedos, hasta los más absurdos, y despertarle. Sin huellas que me delataran.
Viajé largo tiempo. Cientos de infartos repartidos por el país. Nadie preguntaba quién era ese hombre viejo. Vendí mi idea. Infartos a escala mundial. Completado.
Es absurdo. Ahora, ¿risa o miedo?.
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