miércoles, junio 28, 2006

La Fortaleza.



Pongamos un chamizo. Reformemos, hagamos una casa. Elevemos, construyamos una fortaleza. Y ahora humanicemos esa fortaleza, ¿cuánto será capaz de aguantar?.
Los primeros años fueron fáciles, pero también delicados. Los ataques eran previsibles y sabíamos qué medidas tomar, teníamos todos los flancos cubiertos, y en aquella época, aun pasándolo mal, pudimos defendernos sin mayor problema. Con el paso del tiempo, con el mar en calma, nos volvimos descuidados. Nuestros enemigos se reorganizaron y evolucionaron, esto, junto con nuevas amenazas, nos llevó a la perdición. Aquel día fue como despertar de un sueño, llegaron con su tecnología punta, y nosotros cargando cañones y estirando cuerdas de arcos. Les vimos a lo lejos, tranquilos, con lo que llamaban tanques. Poseían decenas de artilugios desconocidos para nosotros. Por cada baja suya, había cien nuestras, y así, según avanzaban los días, aumentaba el desequilibrio exponencialmente. En el bando enemigo la burla llegó hasta tal punto, que bautizaron a nuestra fortaleza con el nombre de Gruyére. Entró el invierno, y ninguno de nosotros entendía por qué seguíamos con vida, el enemigo estaba jugando deliberadamente, tanto es así, que al día siguiente nos hicieron llegar una carta en la que, de forma satírica, nos invitaban a abandonar la fortaleza.
La ambición del enemigo no tenía límites, querían a toda costa tomar nuestra fortaleza, ansiaban nuestras pocas riquezas, pero había algo que desconocían. La fortaleza no se construyó de dentro hacia fuera, no se alzó para protegernos de ataques exteriores, sino para defender a los de fuera de lo que se hallaba en su interior. En lo más profundo de la fortaleza, privado de toda luz, se encontraba él. Un hombre con un pasado caótico, un humano con el don de la destrucción. No estaba encarcelado, no había grilletes en sus manos ni en sus piernas, simpletemente yacía en un cubículo, cerrado por una puerta de madera. Todo en ese hombre era un misterio, salvo su apodo, se hacía llamar Zerstörung.
Meditamos mucho la decisión antes de liberarle, pero no quedó otra alternativa. Abrimos su puerta y nos pusimos en manos del destino. Instintivamente, Zerstörung, se lanzó contra el enemigo. Cuando alguien dijo que tenía el don de la destrucción se quedaba corto. Aquellos artilugios parecían de cartón a su paso, y los hombres, de papel. Le sobraron segundos del último minuto para arrasar con todo lo que encontró a su paso. En medio de aquel paisaje desolador sólo quedó en pie nuestra fortaleza. Con el enemigo abatido, y reducido a cenizas, bastó una mirada para que, Zerstörung, se diera cuenta de lo único que le quedaba por hacer. Destruir la fortaleza. Y así fue, con nosotros no gastó ni medio minuto. En aquel caos desértico, dos figuras quedaron vivas, Zerstörung y yo. Convertido de nuevo en su esclavo fiel.
Pasó el tiempo, y Zerstörung se durmió, una siesta de seis meses cada cinco años, así que construí un chamizo, con ayuda una casa, y con un ejército, una fortaleza.

miércoles, junio 21, 2006

DON´T WORRY ABOUT ME...

Una tira más, cuasi muda. Pinchar, pinchar, agrandar y ante la duda preguntar...a alguien.

martes, junio 20, 2006

Y un huevo.


Quiso un director hacer una película y su guión. Haré la mejor película de acción, con personajes enteros, completos, -dijo- vive Dios. Cuánto le costó, cuánto de sí mismo puso en ese rodaje, moldeó, y no dejó nada para una segunda parte. Y así se proyectó el mejor film de acción, o eso creía el director, aunque la crítica fue favorable, el público la tachó de infumable. Inflamable se puso el director. Qué decían, qué oía por ahí, personajes profundos y acción, caras de la misma moneda no son, a quién se le ocurriría, no hay dinamismo, menuda porquería. Así pues, el director, disparó su segundo cartucho. No cabía una segunda parte, pero cupo, pero hubo. Más acción, y al público le gustó, y la crítica, claro, defenestró ese guión. Pero qué quieren, qué necesitan - se preguntó. Se van a enterar, haré lo que quiera, quiénes son ellos para decirme cómo hacer. Entonces vino la tercera entrega. Rabia absoluta, ausencia de banalidad, crítica y público, unanimidad. Por qué sería, cuál fue la razón, qué estúpida burla del destino era. Eso querían, y nuestro director con un ataque al corazón, murió pues, sin quimeras. Director de culto fue, durante un tiempo, ya nadie se acuerda de él. Excepto uno, uno que encontró sus últimas palabras escritas, que así decían: "Yo no soy un huevo frito, no rompes mi yema y exclamas qué rico, soy un huevo duro, que cuantas más hostias me dieron, cuanto más me resquebrajaron, cuando abrieron el cascarón, de mí, encontraron lo mejor. Soy un huevo duro, uno muy bien cocido". Desde entonces, se halla una inscripción en la lápida de aquel huevo duro. "Todos los escritores quisieran ser como Julio".